Polandria o...

Publicado en por escabullidos

...el universo de un nuevo lenguaje.

Polandria o...

¿Cuántos segundos de una canción se necesitarían para dar cuenta, en una breve escucha, de la identidad musical de una banda? Para Guido Gromadzyn, podría bastar con diez. O eso es lo que él quisiera: hacer escuchar a una persona sólo diez segundos de una canción y poder encerrar allí la verdadera definición de qué es Polandria.

¿Y qué es Polandria?

Canción de cámara, pop progresivo, indie de conservatorio: todas conceptualizaciones que los integrantes del grupo se dan a sí mismos y en las que nunca se terminan de reconocer. “Nos sigue pareciendo muy forzado todo eso cada vez que lo escribimos”, plantea Guido. Aunque, al mismo tiempo, va a decir que en el segundo disco, que acaban de lanzar a finales de agosto, “hay más claridad”.

-Creo que decimos cosas. En el primero, en cambio, no sé si decíamos muchas, o eran como intentos para aprender a hablar.

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Aprender a hablar, introducirnos en el universo del lenguaje, es mucho más que la simple adquisición de una herramienta para comunicarnos entre pares. Es, sobre todo, la forma en que construimos el mundo. Y es así, entonces, que la forma que adquiere el lenguaje de Polandria, cuya definición por el momento se nos escapa, se vuelve un modo completamente particular de concebir la canción. Estructuras atípicas, polirritmias, compases irregulares y una amplia gama de texturas sonoras que refleja la multi-instrumentalidad de los músicos, son algunos de los elementos que sobresalen. Sin embargo, sería ingenuo detenernos en una cuestión de formas. La canción, en Polandria, es más que una suma de detalles que se amontonan, es más bien un pequeño universo en constante expansión. Al sumergirnos en ella, podemos correr el riesgo de perdernos, o de perder algo. Pero será que es como reza la letra de “Fantasmas”, interpretada en la voz de Nina Pardal, y que perder, entonces, es un lugar donde la personalidad se encuentra.

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“Yo no sé si estamos buscando una identidad como banda. Creo que los cambios que van surgiendo están más ligados a cambios en lo personal”, cuenta Nina. La identidad: esa plastilina que cambia de forma constantemente y nunca se solidifica. ¿Cómo definirla? Para Emmanuel Tomaselli, Polandria es una banda con una búsqueda más bien “tímbrica”, antes que rítmica.

-No es que no nos guste el ritmo, pero también hay una búsqueda tímbrica que implica que el oyente tiene que tener una atención extra.

Se trata de una mirada personal que surge en la reflexión que la charla misma genera. Quizá, no todos estén de acuerdo, o tengan que pensarlo, discutirlo. De alguna manera, en Polandria se conjuga una dinámica en la que cinco individualidades muy marcadas -muy “intensas”, dirán ellos- conviven y se cruzan, sin jerarquías definidas. Esa pluralidad de interpretaciones se expresa en la música, en la que los instrumentos pueden dialogar o discutir con la misma intensidad, sin perder el hilo del discurso, que es la canción.

-Siempre el enfoque es que la que pide alimento es la canción -dice Emmanuel.

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La que asume el lugar principal como compositora en el grupo es Nina: ella arroja la semilla y luego da un paso al costado; el trabajo de “vestir la canción” recae sobre sus compañeros en la sala de ensayo. Ignacio Goya oficia de arreglador. Zapan poco y nada, y dicen que no juegan. O que todavía no aprendieron a darse las reglas para jugar. Algo que hacia afuera podría parecer lo contrario: hay en Polandria un juego de roles constante sobre el escenario, y también una actitud lúdica en sus canciones. Ellos, sin embargo, se definen más cerebrales y, a la vez, expresan que muchas cosas fluyen naturalmente. “Algo que siempre estuvo en la banda es hacer lo que nos sale”, plantea Guido. Tal vez, estar demasiado embebidos en el juego hace que nos perdamos, o que nos olvidemos a veces de que estamos jugando.

-Si la canción necesita tocar una mesa o un vaso -continúa Tomaselli-, quizá lo haríamos. No nos cerramos.

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Piano, guitarras, violín, bajo, viola, voz, batería, percusión, clarinete, saxo alto, sintetizador. Todos estos instrumentos le ponen sonido al nuevo disco de Polandria, co-producido por Juanito el Cantor. Disco que también se llama así: Polandria, a secas.

Hay algunos roles definidos en el grupo, sin embargo una de las características que lo definen es que ninguno de sus integrantes se asuma como tal en aquel que le toca ocupar. Ignacio, que es el guitarrista (o por lo menos el que asume ese papel en la mayoría de las ocasiones), tiene muy en claro que su instrumento principal es otro: el fagot. Samanta Casarramona es la baterista, pero se define como percusionista. Emmanuel, directamente, no se declara bajista.

Nina, voz y tecladista de Polandria, recién hace un año pudo decirse a sí misma: cantante y compositora. Asistir al taller de Edgardo Cardozo fue para ello fundamental:

-En ese taller empecé a sentir que perdía cosas que sentía que me caracterizaban mucho. Me dí cuenta de que prestarle atención a las letras, decir cosas que me pasan y utilizar las canciones para purgar procesos personales, es algo que me hace bien.

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Una poética intimista y profunda recorre los textos de las canciones que integran el segundo disco de la banda. Como pequeños relatos personales que, sin embargo, no se recluyen sobre sí mismos, y buscan el afuera. Mis ojos sienten todo / y adentro abren verdes el portal / hacia otro lugar, canta en “En mi piel”. Si la mirada de Nina en tanto compositora fue la de revistar hacia adentro de sí misma, el resultado que emana es el de una sensibilidad que invita a sumergirse con ella en esa búsqueda, desarmando así toda soledad / para amar.

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De algún modo, para poder dar cuerpo y vida a Polandria, es necesario que cada uno de sus integrantes pueda despojarse de lo que supuestamente son, de alguna parte de eso que los constituye; otra vez, perder: dejarse extraviar de ese lugar de comodidad que son las identidades cristalizadas, para generar un nuevo movimiento. Un ser más grande, colectivo.

En ese sentido, los roles pueden variar, pero hay una constante en el grupo que Guido va a definir como un “compromiso equitativo”. Emmanuel, por su parte, va a decir: “un grupo de cinco líderes”. “A nivel de esencia, a nivel de relaciones, siempre fuimos una banda de amigos”; interpreta Ignacio. Y es que el núcleo de Polandria nace de un grupo de jóvenes que compartía estudios en el Conservatorio Manuel de Falla.

-Lo lindo de tener una banda o tener un grupo estable es, como pasa en las parejas, poder vivir en paralelo los procesos de madurez de cada uno, entender en qué momento se está sensorialmente -interpreta Emmanuel.

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La madurez emocional, y la madurez en cuanto al desarrollo del oficio, es la que los ha llevado a este presente en el que pueden disfrutar de un show, conectar con la música y con el público, más allá de las posibles adversidades técnicas o de cualquier índole que puedan suceder. “Antes era: no poder conectar con el otro porque no la estoy pasando bien”, cuenta Samanta. Porque es sabido que no sobran los lugares en la escena emergente en donde los músicos puedan tocar con la comodidad que el sentido común indicaría como indispensable.

Emmanuel analiza:

-Eso es el oficio: poder tocar algunas cosas de memoria y sentirlas igual. Es un proceso muy de este año de la banda.

Guido completa:

-Eso también es perder algo.

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Intentar definir Polandria es entrar en terrenos farragosos: las definiciones se nos pierden entre la multiplicidad de palabras. Sí podemos decir que esa palabra en particular, polandria, que a priori no significa nada, hoy es un sentido que cada día cobra más entidad. Del Algo ahí que no se ve -título de su primer disco-, es decir, de ese vislumbrar confuso que se asoma pero no se pronuncia con todas las letras, a simplemente Polandria, hay una declaración de certeza: la identidad indefinible de su música sólo puede nombrarse a partir de una palabra que carece de significado concreto. Parece poco, pero sólo si dejamos de lado el hecho de que habilitar nuevas lecturas posibles del mundo, en un mundo que cada vez más se cierra más sobre sí mismo y sobre sus sentidos construidos, puede constituirse como un poderoso acto de resistencia.

-Yo creo que crear es siempre una forma de resistencia -va a decir Guido-. Creo que a varios de nosotros nos pasa que tener un proyecto creativo-musical, con una personalidad muy nuestra y al que todos le ponemos mucho de cuore, música y sudor, representa una resistencia ante muchas cosas.

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En su caso particular, no sólo refiere al contexto político y social, sino también a ese mandato cultural que le señala: “vos sos médico y no tenés que hacer otra cosa. Vos tendrías que estar laburando en más lugares, ganando más guita, lo que sea”. Ese contexto, para Nina, a la vez que resulta un marco “muy duro para la gestión”, favorece que a nivel creativo “puedan salir muchas cosas interesantes”.

Una vez más: la posibilidad de construir algo nuevo a partir -y a pesar- de la pérdida.

Lo difícil, quizá, sea comprender qué sucede con todas esas cosas que un día ya no tenemos más: las que se pierden. Y qué podemos hacer con ellas.

¿Ir detrás? ¿Dejarlas ir?

O tal vez se trate de entender que su partida es un movimiento necesario para encontrarnos a nosotros mismos, renovados.

*Foto de portada: Diego Spivacow / Fotos incluidas en el cuerpo de la nota: Santiago Vivacqua

Publicado por Pablo Boyé para Revista Tramas

https://revistatramas.com

Etiquetado en Expresion Cultural

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